Por medio de la relación entre Abraham y Sara, Pedro nos da un excelente ejemplo para mostrarnos esta verdad en acción (1 P. 3:5-6). Aquí se está refiriendo al primer relato de Génesis 12:10-20:
En tiempo de hambre, Abraham tomó la decisión de descender a Egipto para pedir ayuda, aunque no hay nada en el relato bíblico que nos sugiera que Dios le habló que hiciera eso. Podría ser que su decisión fue un error. También existe la posibilidad de que este haya sido el tiempo en el que Agar llegó a ser su sierva, que más tarde lo conduciría a otro problema (Gn. 16).
Abraham tuvo temor de que los egipcios desearan a Sara y le mataran por tenerla, si se enteraban de que ella era su esposa. Para disfrazar el asunto, le mandó a Sara que dijera que era su hermana. Inicialmente, parecería como que le estaba pidiendo a Sara que mintiera para proteger su vida.
“Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer”
Génesis 20:12
Como diríamos hoy, Sara era media hermana de Abraham. Aunque lo que él le pidió a Sara que dijera no era una mentira, no revelaba toda la verdad, que habría protegido a Sara en esa situación.
¡Este era el hombre de Dios, de fe y poder con quien Sara estaba casada! Pero en lugar de tomar una decisión que la protegiera, él la puso en una situación muy vulnerable. La respuesta natural de ella en esta clase de situación habría sido la de oponerse a la decisión de su marido; naturalmente se sentiría muy insegura viajando en un país extraño con gente de diferentes costumbres. Ella pudo haberse negado a ir a Egipto. La mayoría no la culparía si se hubiese rebelado al mandato de Abraham de decir que era su hermana. Pero Pedro dice que obedeció a Abraham, llamándole “señor” (1 P. 3:6). Esto significa que voluntariamente se puso bajo su liderazgo y le obedeció.
La escritura no da luz sobre el asunto de si Sara apeló, o no, a la decisión de su esposo. Ciertamente él necesitaba el punto de vista de Sara, y habría sido bueno para ella exteriorizar su opinión del asunto, a fin de que él lo tomara en cuenta para la decisión final. Si ella efectivamente apeló, él debe haber insistido en su decisión. Sara puso su corazón confiado en Dios en el asunto. Ella le permitió de tal manera a Dios que obrara un espíritu manso y apacible, que pudo mantenerse en calma y firme en esta situación tan difícil.
Sara fue llevada a la casa de Faraón con el propósito de llegar a ser una de las mujeres de su harén. Qué difícil debe haber sido para Sara mantener una actitud correcta y de respeto a su esposo. Ella sólo pudo hacerlo porque su confianza no estaba en Abraham, sino en el Señor (1 P. 3:5). Ella creyó que “todas las cosas ayudan a bien, a los que aman a Dios, a los que son llamados conforme a su propósito”, y pudo deponer su expectativa de
que su esposo sería el hombre que la protegería. Con toda mansedumbre, se inclinó en medio de esa situación y confió en el Señor. Por consiguiente, Dios pudo obrar a su favor
“Mas Jehová hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abraham”
Gn. 12:17
Dios hirió la casa de Faraón con grandes plagas, no por que Abraham fuera un gran hombre de Dios, sino porque Sara entendió los caminos de Dios, y dejó que Dios obrara en su vida.
En este punto debemos considerar la clase de persona que era Sara. Según Génesis 17:15 Dios le cambió el nombre de Sarai a Sara. El nombre Sarai es de género masculino y significa “dominante”. Seguramente, los nombres en la Escritura eran grandes indicadores del carácter, eso nos sugiere la posibilidad de que Sara era, por naturaleza, dominante y resistente, con una tendencia a ganar siempre que fuera posible. Si esta fue la naturaleza con la que nació, la obra lograda en ella y sellada con un cambio de nombre, es mucho más alentadora. El nombre de Sara es el gentilicio femenino que significa “noble señora, princesa o reina”. Cuando esta mujer se encontró con Dios, fue transformada de una mujer dominante con rasgos masculinos, a una reina femenina. Cuando uno considera ese cambio dramático, manifestado en Sara, nos alienta con esperanza saber que Dios puede cambiar a cualquiera que esté dispuesto. Lleva tiempo y una obra intensa del Espíritu Santo pero toda mujer dispuesta de todo corazón puede ser cambiada para responder a su esposo como Sara. ¡Ánimo mujeres!
Unos veinte años después sucedió una situación similar (Gn. 20). Esta vez, Abraham peregrinó entre los filisteos diciendo que Sara era su hermana. Otra vez, Sara respondió correctamente en los caminos de Dios. Dios amenazó de muerte al rey Abimelec debido a que estaba tomando la mujer de otro hombre. Génesis 20:3 nos muestra lo que Dios siente en el caso de que un hombre tome la mujer de otro para sí.
Con una maldición sobre toda la casa de Abimelec, Dios había herido también con esterilidad a todas sus mujeres. “Porque Jehová había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham” (Gn. 20:18). Nuevamente, Dios hizo todo esto, no por causa de Abraham, sino debido a que Sara confió en Dios y siguió Sus caminos. Dios es poderoso para hacer cosas grandes y maravillosas cuando
seguimos Su palabra.
Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él
2 Cr. 16:9
Muchas mujeres nos han dicho que por causa de las malas decisiones que sus esposos han tomado, ya no pueden confiar en ellos. Casi siempre, la mujer tiene expectativas en su esposo que sólo Dios puede cumplir. Dios quiere que la mujer ponga su confianza en Él.
Escuchamos el testimonio de una mujer cuyo esposo había fallecido. Después de un tiempo, ella desarrolló una relación muy cercana con el Señor. Cuando su esposo estaba vivo, ella había deseado que él resolviera muchas situaciones que sólo Dios mismo podía manejar correctamente. La mujer, verdaderamente puede bloquear
su relación con el Señor, y poner presión innecesaria sobre su esposo al poner en él expectativas que sólo Dios puede cumplir.
En el corazón que aprende a confiar en el Señor se desarrolla un espíritu manso y apacible. Este proceso de llegar a ser una mujer virtuosa lleva tiempo. Cuando estos dos incidentes ocurrieron en la vida de Sara, ella estaba entre los 65 y 90 años de edad. Siempre animamos a las mujeres que están en luchas difíciles a que
recuerden a Sara; si usted no tiene todavía 90 años, ciertamente hay esperanza de que Dios puede hacer los cambios necesarios.
Todos somos hechura Suya (Ef. 2:10). Mientras le permitamos a Él seguir obrando en nosotros, Él terminará la obra que ha comenzado mediante nuestro deseo de ser cambiados. Mantener un corazón blando que desee ser cambiado y conformado a Sus propósitos y a Su imagen, facilitará la buena obra de Dios, que transformará nuestra familia y la relación con nuestra pareja.
Te amo en el amor del Señor Jesús.
¡Dios te bendiga!
Pastor Wiliam Recinos.
